Por Luis Martínez Alcántara
CIUDAD DE MÉXICO.- La historia de Lucía Yépez, una joven ecuatoriana de 23 años, es un poderoso testimonio de perseverancia y superación. A pesar de los desafíos económicos y personales alcanzó la cima del deporte mundial al ganar la medalla de plata en la categoría de lucha libre en los Juegos Olímpicos de París.
Desde sus inicios vendiendo lápices de colores frente a su colegio para financiar su pasión, hasta el momento en que se subió al podio olímpico, su viaje ha sido inspirador para muchos, demostrando que con determinación y esfuerzo, los sueños pueden convertirse en realidad.
Lucía, conocida cariñosamente como “La Tigra”, no solo ganó una medalla, sino también el corazón de su nación. Aunque cayó ante la japonesa Akari Fujinami en la final, su hazaña se siente como un triunfo dorado para Ecuador.
La vida de Yépez no ha sido fácil; trasladarse a sus entrenamientos requería sacrificios financieros que muchas veces parecían insuperables. Sin embargo, enfrentó cada obstáculo con valentía, y cada pequeño logro fue un paso más hacia el podio olímpico.
El momento más conmovedor de su victoria llegó fuera del tatami, cuando, con la medalla de plata colgando de su cuello, Lucía llamó a su madre. Entre lágrimas de emoción, le dijo: “Mami, ya soy medallista olímpica, te voy a comprar una casa”.
Este gesto, cargado de amor y gratitud, reflejó el profundo sacrificio que ambas han hecho a lo largo de los años. Su victoria es un triunfo compartido, un reconocimiento a su madre, quien estuvo a su lado en cada paso del camino.
La emoción de Lucía en el podio, rodeada de competidoras asiáticas, fue un momento de catarsis. Para ella, este logro significó mucho más que una medalla; fue la culminación de años de lucha, literal y figurativamente. Su camino a la gloria no fue fácil, especialmente después de los Juegos Olímpicos de Tokio, donde una lesión fibrilar le impidió competir por el bronce. Superar esa decepción y regresar más fuerte en París es un testimonio de su resiliencia.